Todas las tardes Libe y Primis salen a pasear. Lo hacen a lo largo del pueblo, recorriéndolo como quien va al encuentro de gentes y rincones bien conocidos. Hermanas desde que nacieron en un caserío en Zuaza, allá por los años treinta del siglo pasado, forman parte de este paisanaje desde siempre, son parte de él.
Libe, la mayor, vive en la misma plaza de pueblo, la plaza de hoy y no la de antaño, en una casa con dos plantas que su marido y un hermano construyeron para sus familias. Frente a ella, pero lejos, está la casa de Primis, también construida para albergar a su numerosa prole.
Esa es la distancia que las separa, ni más ni menos; la misma que les permite encontrarse en los gestos cotidianos de la mañana, cuando una abre la cortina mientras desayuna y la otra sale a barrer la terraza o regar sus muchas plantas. Sin verse, se sienten, se saben acompañadas y se esperan hasta encontrarse en el paseo de la tarde.
El monte daba miedo
Recuerdan su infancia como buena, y no se olvidan de la elegancia de una madre que cuando llegó la hora de hacer una foto de familia llevó a sus tres niñas a Bilbao a una peluquería.
Eran gente de bien, y ellas estudiaron en la escuela de Zuaza hasta los catorce años. Eso no evitó que aprendieran rápido a ordeñar vacas o a ayudar con la colada. Todo podía ser en una época en la que el tiempo tenía otra vara de medir bien distinta.
Rodeadas de monte, su mayor temor era ‘el sacamantecas’, un personaje que popularmente se utilizó para asustar a las niñas y niños. Al pronunciarlo Primis actúa como si continuara dudando de su existencia a la vez que se ríe con aquella antigua inocencia.
Familia y bar (sin horarios)
Libe llegó a Okondo ya casada con Benito. En casa dejó a su primer hijo, al cuidado de su madre y sus hermanas. Mientras él trabajaba en una sierra ella se hizo cargo de un bar. En aquel entonces era la planta baja del caserío Padura, frente a la iglesia. Aquel bar de Libe se puede decir que fue el origen de la taberna más antigua que hay hoy en el pueblo, el bar Txaparro, donde se siguen sirviendo vinos. Ahora ocupa el espacio de una lonja en un edificio de pisos, pero entonces era algo más genuino, la entrada a un caserío por su gran portón.
No se cerraba nunca el bar, salvo de noche, cuando Libe aprovechaba a repasar las tablas de multiplicar para no confundirse después con las vueltas del dinero que tenía que cobrar.
“Los enfermos solían venir por el bar a curarse, y yo lo mismo hacía de enfermera que cocinaba, servía y siempre que podía tejía punto entre una labor y otra”. Y el día de San Sebastián toda la comitiva que bajaba de la romería de Otaola, en el monte, pasaba por allí a disfrutar de un buen besugo que ella había cocinado con mucho mimo.
El médico del pueblo, don Antonio Ipiña, “vino de por ahí” y acabó toda la vida en casa de Libe en régimen de pensión, de pupilo se decía. Siempre se llamaron de usted, fue una relación de respeto -de las de antes- y para siempre. Se le subía a diario la comida a su cuarto y solo en navidades bajaba a la cocina con la familia. Libe fue la encargada de enterrarlo, “nadie de su familia vino” y, todavía hoy, con 91 años se ocupa de su nicho en el cementerio. “Le tengo enterrado en Okondo”, nos dice melancólica.
Al día con la vida
Y Primis, la hermana, antes de conocer a Sebas, su marido y padre ¡de sus 10 hijas e hijos!, ya tenía la bicicleta. Subía todas las cuestas y altos del Valle de Ayala.
Cuando cumplió 18 años fue andando con su madre hasta Orduña a comprarse unos zapatos y por fin se puso medias. Eso no impedía que cogiera la bici para recorrer kilómetros hasta el pueblo de Llodio, con falda y tacones.
Las jóvenes entonces no usaban pantalones, y ellas no se pusieron uno hasta mucho después de haberse casado, pero a sus hijas desde bien pequeñas le hacía llevar pantalones de peto.
Lo que para ellas no era, si lo veían en las nuevas generaciones, y siempre les gustó estar al día con la vida. No iban a los bares, se divertían en el baile, donde el chico pagaba 5 pesetas por un trozo de papel que le prendían en la solapa. Ese distintivo le permitía bailar con las chicas, hasta que se ennoviaban, entonces ya no cambiaban de pareja ni ellos ni ellas.
10 y con tranquilidad
Guiomar, la nieta de Primis, las escucha admirada. Ve en sus expresiones una alegría verdadera. Su abuela tuvo 6 hijas y 4 hijos -cuenta con toda naturalidad cómo tenía hasta tres cunas a la vez en la habitación-, y narra las muchas ocasiones en que Sebas y ella salían a cenar con sus amistades a algún txoko, o las fiestas se organizaban en su propia cocina.
Las casas de Libe y Primis siempre han sido casas abiertas al mundo, capaces de recibir a cualquiera que se acercara a echar un rato con la familia. De ahí a sentarse a la mesa e incluso ocupar alguna que otra cama no se tardaba nada.
Volver a lo de antes
Guiomar vive en Okondo desde siempre y cuando escucha las muchas reuniones sociales, la animación de fiestas, la vida cotidiana de antes, siente cierta envidia y piensa que el pueblo en el que ella vive hoy no es el mismo que le narran. Admira esa entrega a la familia y esas ganas que todavía tienen estas dos mujeres de seguir disfrutando y aprendiendo.
“Vivían más el momento presente, con otra tranquilidad distinta, no como vivimos ahora, y no se encerraban, sino que socializaban y mucho”, comenta Guiomar con cierta añoranza.
Cuando ella era adolescente los veranos eran increíbles, siempre había gente para salir por la calle, ir a las piscinas y sobre todo a las fiestas. Hoy los de su edad no salen por aquí. Ella pone la esperanza en las nuevas generaciones, “hay bastantes peques y también jóvenes que igual logran volver a lo de antes”.
La videollamada
Primis reconoce que con tantas criaturas en casa, cuando había revuelo y en un pueblo siempre saltaban las críticas, ella callaba porque sabía que “alguno o alguna mía andaba cerca”.
Libe con 3 biznietas y 3 biznietos, y Primis con 13 nietos, de los que 8 son chicas, y un biznieto han sabido adaptarse a los nuevos tiempos e incluso a la tecnología.
Primis fue a aprender a manejar la tablet a uno de los cursos que se programó en la Kultur Etxea, y Libe, con una hija viviendo en Londres desde jovencita, todas las noches se comunica con ella por videollamada.