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Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos | Peñacerrada
De abuelas a nietas nietos

Angelines Pinedo

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ENTREVISTA CON Angelines Pinedo.

Transitar por la carretera de Peñacerrada es entrar en una especie de paréntesis. Tras tomar la altura necesaria, las piedras de la muralla se asoman tímidas y cilíndricas en forma de puerta sur. Antes de llegar a la cima, donde el pueblo se protege del viento, o quizá sea tras pasar el punto más alto, bajando, según en la dirección en que uno vaya, se encuentra la panadería de siempre, la que todos los que pasan por aquí conocen y frecuentan.

Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos | Peñacerrada
Hijas de Angelines delante del molino y la panadería

Angelines Pinedo es de Payueta, apenas a un kilómetro de Peñacerrada, donde ha trabajado y vivido desde que se casó. Su casa, la panadería, y su labor el horno de leña, donde las hogazas cogían forma y sabor a fuego lento tras el paso por sus manos.

Nació en el año 1935, en un caserío de labradores. Fueron dos hermanas y dos hermanos varones, que acudían al campo mientras ellas se ocupaban de las labores de casa, donde el trabajo tampoco faltaba y vivían también la abuela y el abuelo. “A mi me parecía una suerte quedarme en casa, porque el campo no me gustaba”.

Aprendió a coser y a bordar, primero con una modista en Peñacerrada a donde llegaba andando, “no tenía bicicleta”, y después en Vitoria, en una academia, algunos inviernos. Entonces se quedaba en la capital, en casa de familiares.

Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos. Álbum familiar de Angelines Pinedo
Álbum familiar de Angelines Pinedo

Panadería por matrimonio

A José Luis le conocía de siempre, “yo me casé porque ya sabía dónde iba y no me costó trabajo, al contrario, me fue muy bien”. Vivían a un kilómetro de distancia la una del otro, y el baile de los domingos en Peñacerrada, donde un joven con acordeón se encargaba de amenizar la tarde, les acabó uniendo definitivamente. Allí se juntaba la juventud de los pueblos de alrededor y se iban formando las parejas de baile y de vida.

Tras dos años de noviazgo llegó la boda y empezó una nueva etapa para Angelines, en casa de sus suegros, en la panadería. “A mí me gritaban: baja que ya está la masa, y yo corría a meterlo al horno y a sacarlo”.

En una ocasión el cilindro en el que se amasaba el pan sobao le atrapó la mano y le abrió un dedo. “Entonces no era eléctrico, había que ir echando la masa según giraba”. Ni en aquella ocasión ni en otras, tampoco cuando dio a luz a sus hijos e hijas, tuvo oportunidad de coger la baja. Angelines, como tantas mujeres del campo, nunca cotizó a la Seguridad Social. Un hecho que hoy, ya viuda, le pesa.

Los horarios eran lo peor para ella, “eso me gustaba menos”, y no se madrugaba tanto como ahora, que se levantan a las tres de la madrugada. Entonces se hacía menos pan y se repartía más tarde.
Angelines también aprendió a conducir, aunque nunca le gustó, y en cuanto su hija sacó el carné le pasó el testigo. Pero para entonces había repartido mucho pan por los pueblos de la zona.

Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos | Peñacerrada

El molino

La vida entonces era trabajar siempre, sin descanso. La casa estaba unida a la panadería, que a su vez estaba conectada al molino y al manantial que procuraba la fuerza hidráulica que se necesitaba para la molienda.

Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos | Peñacerrada

El molino harinero de Peñacerrada data de 1778. La historia familiar cuenta que fue un bisabuelo de Jose Luis, llegado de Ábalos, La Rioja, quien compró uno de los dos molinos que había en el pueblo, el que era privado. Después anexionaron la panadería y encima construyeron la casa.

Un manantial subterráneo que emerge próximo al molino es el que mueve las piedras (una para el trigo y otra para el pienso), el origen de este pequeño universo en el que la masa madre, el pan y el horno de leña son la razón de ser de la familia de Angelines: “Es muy rico, se conserva bien, y al día siguiente se come casi como recién hecho”.

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Álbum familiar

Unidas por el pan, pero se acaba la saga

La realidad se impone y, aunque una hija y un hijo junto con su pareja siguen con el negocio, sus nietos y nietas no contemplan esta opción de futuro. El trabajo de la panadería no solo obliga a unos horarios intempestivos, sino que no se libra más que dos días al año, el 25 de diciembre y el 1 de enero.

Además está lo dispares que son los precios, y eso es algo que Julen Díaz lo tiene claro: “¿Cómo compites con un mercado que vende barras a 60 céntimos?”

Aun así, el vínculo familiar con el pueblo es completo. Cuando se jubiló José Luis, un hijo y una hija, junto con un yerno, se quedaron con el negocio. Y aunque Julen reconoce que no ha ayudado mucho en el tema del pan, siempre que su aita quería salir en bici les tocaba a su hermana y a él hacerle los turnos. “No iba yo poco contento ni nada con la furgoneta a repartir”, recuerda risueño.

Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos | Peñacerrada

Harrijasotzaile

Julen es uno de los ocho nietos y nietas de Angelines. La mitad viven en el pueblo de su abuela. Abogado, educador social y harrijasotzaile. En Peñacerrada, donde ha establecido su residencia definitivamente, este treintañero tiene mil cosas que hacer. Lo mismo está arreglando una de las tres motos que guarda en el garaje, o se acerca a la sociedad que comparte con amistades y vecindario, e incluso puede echar un rato en ayudar a alguien en sus tareas.

En el pueblo siempre hay en qué ocuparse; “en Vitoria tengo la sensación de estar o bien viendo la tele o en un bar”.

Trabaja en justicia civil, con chavales que cumplen condena, y su afición por levantar piedras le ha procurado un cuerpo grande y bien formado que le sirve y mucho en su profesión por el respeto que impone.

Hoy por hoy es el único alavés que compite a nivel de Euskadi. Su marca está en los 225 kilos. Suelen ser piedras rectangulares que levanta hasta 6 veces en tandas de 3 minutos.

Todo empezó en unas fiestas de Montoria. Era caro contratar a aizkolaris profesionales y un amigo y Julen se ofrecieron a cortar ellos los troncos si les invitaban a cenar. De ahí a entrenar con un aizkolari profesional que iba por Peñacerrada a cazar jabalís no hizo falta mucho.

Y es que así son las cosas en muchos pueblos de Álava, donde participar de la vida comunitaria, hacer de la circunstancia una ocasión para mejorar y superarse, se puede convertir en una forma de ser y estar en este cruce de caminos entre tierras castellanas y navarras.

Pueblos de Álava, de abuelas a nietas y nietos. López de Guereñu. Photo-Araba
El campo era frío y duro "

Angelines Pinedo

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