Tiempos de escasez
Benedicta Chasco, Bene, como todos la conocen, nació en Orbiso un 12 de noviembre de 1936.
Era la mayor de nueve hermanos y hermanas, lo que la alejó muy pronto de la escuela para ayudar en casa, bien fuera cuidando del resto o en las tareas del campo.
De los nueve sobrevivieron seis, algo habitual en aquellos años de miseria tras la guerra.
Se sembraba avena, trigo y cebada y después se pasaba por el trillo con niños y niñas encima para que el peso ayudara a separar el grano de la paja.
Los animales domésticos y la caza completaban una alimentación básica pero suficiente para salir adelante sin dejar a nadie atrás. “Vivíamos parecido; de manera similar”.
Carboneras y carboneros
Al principio fueron hoyas de carbón. Estas poblaban la Montaña Alavesa en aquella mitad de siglo. Jóvenes y adultos participaban de alguna manera en la ardua labor de construir la hoya, cuidarla y extraer el carbón vegetal que luego, mayormente mujeres, llevaban a vender, sobre todo a los pueblos de la Rioja, atravesando el puerto de La Herrera, a pie por la montaña.
Solían ir en grupo, a menudo canturreando, y cuando les caía la noche se agarraban a la cola del animal para que les guiara de vuelta a casa.
Bodas austeras
“Todas se casaban de negro y a mí eso no me gustaba”.
En esos años de juventud a Bene la enviaron a Larraona, a Navarra, a casa de unos tíos que le daban cobijo mientras aprendía a coser; “en casa les hacía toda la ropa yo”.
Cuando se casó les confeccionó a todos el traje que habrían de llevar, menos el suyo, un vestido blanco que le hicieron a medida.
Había empezado a salir con Ángel Gámiz, un joven también de Orbiso, con apenas dieciocho años cumplidos. Un buen día, volviendo de la fuente, este la paró: “así empezamos, con un poco de agua; así fue la cosa”. De la forma más sencilla, para acabar durando toda una vida.
Comenzaron allí mismo, comprando una casa en la que ofrecían cobijo a la veintena de trabajadores que los hermanos Gámiz tenían haciendo carbón y madera en el monte.
Bene se ocupaba de mantener en pie y orden aquel ruidoso hogar lleno de hombres que volvían del tajo con el cuerpo cansado, “una cuñada a dar de comer a la serrería, y la otra y yo a los del monte”.
Maderas Gámiz
Tras unos inicios dedicados a la explotación forestal, la extracción de carbón y la comercialización de madera, los cinco hermanos Gámiz, entre los que se encontraba Ángel, pusieron en marcha el primer aserradero en Santa Cruz de Campezo. Corría el año 1957.
Al lado construyeron un edificio con cinco viviendas que durante décadas ha sido el hogar familiar. “El mundo de la madera es duro, un ir y venir; siempre hemos estado solas”.
El mundo de la madera nunca llamó la atención de Sara Gámiz, la nieta, aunque ha respirado su aroma y palpado su tez desde que era muy pequeña. Hoy es propietaria de una casa rural, Inta Landetxea. Son muchos los jóvenes que han optado por quedarse; “toda mi cuadrilla vive aquí”.
El grupo Gámiz ha llegado al éxito internacional participando en la construcción de edificios como la nueva sede del Colegio de Abogados de París. Su viga laminada de roble está en la multinacional AstraZeneca, en Cambridge, pero también en la Catedral de Santa María de Vitoria-Gasteiz.
En 2012 se instaló en este emblemático edificio una de las escaleras más bonitas, fabricada con vigas laminadas de roble, incorporando el conjunto de la torre al programa de visitas guiadas ‘Abierto por obras’, y haciendo posible el acceso al campanario y el disfrute de una vista inigualable.
La Caza
“Toda la semana sola, se marchan ellos a cazar, y te quedas otra vez sola”
Los cazadores en Campezo son mayoría, y es una actividad que viene de lejos. “De todo, corzo, jabalí, becada…lo que viene. Luego tenemos para todo el año, casi no compramos carne, la congelamos”.
El chico con el que comparte su vida Sara también es cazador; “cuando trae un pájaro de esos le digo, llévaselo a tu madre o se lo llevo a mi abuela”. Quién mejor pela las becadas y sabe guisarlas sigue siendo Bene, que despluma cualquier ave con manos ágiles.
Un pueblo activo
“Ahora salimos mucho más que entonces”.
Bene, que recuerda aún los días en que una de las hijas de los de la Panificadora Feliciano Ibarrondo, propiedad de varios hermanos, caminaba al lado de su caballo con las cestas llenas de pan, a vender por los pueblos, no se pierde una actividad de las que se programan en el pueblo.
Lo mismo hace yoga que gimnasia, participa en el coro y en el club de lectura, y hay un grupo de empoderamiento de mujeres que ha agradecido y mucho.
Este es un pueblo con múltiples servicios, y desde que hay Instituto los más jóvenes se van afincando.