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Una forma de disfrutar guiada por la memoria

Pueblos de Álava - de abuelas a nietos. Barrundia.
De abuelas a nietas nietos

Teresa Barrena

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ENTREVISTA CON Teresa Barrena.

El tiempo parece haberse detenido en Barrundia.

Cualquier mañana fría de invierno el humo que sale de las chimeneas de los caseríos nubla el aire.

Esas casas, la mayoría reformadas, proceden de un tiempo en que la economía de subsistencia hacía posible la vida de familias extensas.

La labranza ha sostenido a estas gentes hasta que la economía de mercado y la modernidad trajeron otra forma de vida.

Aun así, sus cocinas huelen a madera quemada y a guiso de antes.

Teresa Barrena prende la lumbre cada mañana en su caserío de Ozaeta. Lo hace desde que tiene recuerdo.

Hasta los treinta años en la casa familiar, apenas cincuenta metros delante de la que se convirtió en propia al casarse con el mozo que vivía al lado.

Entonces “todos los caminos eran barro y charcos”, y la labranza la forma de vida de la mayoría.

Pueblos de Álava - de abuelas a nietos. Barrundia. La boda de Teresa. Álbum familiar.
La boda de Teresa. Álbum familiar.

Trabajar a lo burro

Hacia 1930 en las aldeas de la Llanada, cuando no había de nada, y lo poco que había se repartía entre los animales y la casa, la vida se trabajaba de sol a sol.

Teresa, con tan solo 8 años, ya ayudaba en todo lo que podía.

En su casa había vacas, cerdos y gallinas, pero también algo de cereal y patatas, “hambre no hemos pasado”.

Su padre y su madre, labradores como tantos, nunca dejaron de mandarla a la escuela, pero era regresar y cambiarse de ropa. Se quitaba las alpargatas para ponerse las albarcas de goma y se iba a la cuadra o al campo. Siempre había qué hacer.

“Para lo poco que teníamos trabajábamos a lo burro; ahora con el tractor lo hacen en un santiamén”.
Sencillamente, la vida era así.

Y el domingo no había ni cinco céntimos para comprar unos cacahuetes, en su lugar las mandaban por ahí, a pegar cuatro brincos, y a jugar al corro o a la petanca.

Sin dinero

Había molino, y una modista en el pueblo, y también una tienda donde poder comprar algunas cosas.

En escasas ocasiones se acercaba por allí la familia Barrena.

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Los hijos de Teresa. Albúm familiar.

El padre de Teresa no vendía nada porque tenían poca labranza, así que cuando las gallinas ponían bastantes huevos los llevaban a la tienda para comprar alpargatas.

“No sé de dónde salía el poco dinero que había”, pero en casa no se conformaron con la escuela y después del colegio la mandaron a aprender a coser a un taller.

También hubo una escuela de forja en Ozaeta, y Teresa se encargaba de poner la comida, alubias o patatas, para los muchachos que llegaban de fuera.

“Hacía de cocinera barata”.

Nació en 1930 y desde que tiene uso de razón y fuerza en las manos, le ha tocado hacer de todo.

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El caserío de Asun

Siempre en el caserío

Se casó con Eusebio, el joven del caserío de al lado, un poco mayor para la época, con treinta años ya cumplidos. Y siguió bregando con todo lo que vino: una ganadería más grande, tierras para labrar, y tres hermosos hijos, dos varones y una chica.

A los dieciséis años, el mayor de los tres sufrió un accidente que le invalidó. Durante largo tiempo estuvo ingresado en una UCI y después rehabilitándose.
Aunque trabaja en Vitoria, nunca ha salido del caserío ni del lado de su madre.

Eusebio falleció con 52 escasos años. En la cuadra había entonces más de una veintena de vacas de leche y otros tantos cerdos. Entonces sí que Teresa se reventó a trabajar, cuando no estaba ordeñando estaba tirando de fardos y de lo que fuera necesario.

Su nieta Laura sabe que “el apellido Barrena es sinónimo de gente trabajadora”. Teresa quitó finalmente las vacas cuando cumplió sesenta años, pero continuó criando cerdos cinco años más. Después solo un par al año para la matanza, que en esta casa ha sido sagrada.

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Teresa y amigas, álbum familiar

Ozaeta, hoy con cuidador

Los caseríos han ido dejando su función principal, la de servir a sus habitantes para la labranza y el ganado, y poco a poco se han convertido en hogares de otro tipo, más amables y cómodos de habitar.

La mayoría de los vecinos y vecinas de Ozaeta viven hoy de sus trabajos en la ciudad, y regresan a diario a un paisaje hermoso, limpio de ruidos y luces, de gases y prisas, a un hogar en el pueblo de siempre que ya no es como antes.

Teresa se ha adaptado a la modernidad y entre sus cuidadores hay un joven cubano que le trae los ritmos de la isla caribeña en sus canciones; “Yo, como estoy clueca, no me muevo”.

Es una mujer abierta, respetuosa con las nuevas formas de vida, que ha tratado de hacer partícipes a sus hijos varones de las tareas del hogar, cuando el cura, el secretario, el médico y el maestro todavía eran “los dones del pueblo”.

Al cura, incluso, había que besarle el anillo cuando se lo encontraban.

En Ozaeta también hay palacios, pero las riquezas de entonces nada tienen que ver con las del siglo XXI.

Siempre había quien tenía más tierras labradas, más opciones, “pero tampoco ricos del todo”.

Laura, su nieta de 28 años, está segura de que su abuela ha sido una mujer fuerte, con mucho tesón y una vida dura.

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No viaja, no lo ha hecho más que en contadas ocasiones, tras su boda fue a Barcelona, y después ha estado en San Sebastián un par de veces.

Esas han sido todas sus vacaciones, y no las echa de menos. A Vitoria va solo cuando es imprescindible porque siempre se marea y “llega tartana”, como dice ella.

El lema de Teresa siempre ha sido: “para adelante pase lo que pase”.

Y Laura lo ha hecho suyo. A ella le están tocando otras luchas, y las quiere combatir desde aquí, desde su amado pueblo.

Es educadora infantil, y cuando estaba en cuarto curso sufrió un accidente de tráfico que la dejó una lesión medular.

Eso no le impide jugar a baloncesto y conducir. Tuvo que comprarse un coche automático y adaptarlo para continuar siendo quien es, inquieta y luchadora.

Aquí está toda su cuadrilla, y sigue sumándose gente joven a la vida del pueblo. Los planes son distintos a los de la ciudad, y de pequeña la bici era su mejor aliada para llegar al Castillo de Guevara, a las piscinas particulares en verano, al monte, los molinos…

Las fiestas de los pueblos, un punto de encuentro, donde juntarse para disfrutar y socializar.

Y lo hacen sin horarios, porque volver a casa no es ningún problema. “Se sale en grupo y se vuelve igual”.

Con diferentes edades, pero las mismas ganas de divertirse, la gente de este pueblo siempre ha tenido mucha unión y mucha actividad social.

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Para adelante, siempre hay que tirar para adelante"

Teresa Barrena

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