Una forma de disfrutar guiada por la memoria
Asparrena guarda en esqueletos de hierro un pasado vibrante. Entre el monte y el pueblo hay un enclave avejentado, semi derruido, que rompe con sus vigas de hierro el cielo. Recuerda la vida a finales del siglo XIX, cuando la primera fábrica siderúrgica de Álava no descansaba ni de noche ni de día, y los hombres se afanaban en quemar carbón para fundir el metal que daba de comer a tantas familias, oriundas y foráneas.
Almacenes de carbón hoy casi perdidos y un palacio en el que ya no se oyen voces ni pasos hacen que el pasado siga presente. Todavía hay quien habla del ‘amo’ refiriéndose a aquel señor que todo lo pudo y lo consiguió en el tiempo en que los agricultores poblaban Álava pero no tanto Araia.
En los pueblos que conforman el municipio la industria ha estado presente a través de la fábrica de harinas de Albéniz, o de los molinos que a lo largo del río se extendían o llegaban hasta Egino.
Actualmente Ametzaga acoge un extenso polígono que da trabajo a una amplia población que no se tiene que desplazar hasta la capital a diario.
Más de cien años después de aquella novedosa siderurgia el pueblo sigue vibrando, pero con una melodía muy distinta. La juventud del siglo XXI escucha música en los altavoces de sus coches al lado de la chimenea que se alza sobre el mismo río, ahora más limpio.
La memoria de Asparrena
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